domingo, 25 de noviembre de 2012

La República de los Niños

26 de noviembre de 1951: Inauguración de la “República de los Niños”, el mayor emprendimiento infantil de Latinoamérica, en Manuel P. Gonnet, partido de La Plata, sobre el Camino General Belgrano y la calle 501. La construcción se había iniciado en 1949, bajo la dirección técnica de los arquitectos Lima, Cuenca y Gallo El general Perón, junto al gobernador, coronel Mercante y el gobernador electo, mayor Carlos V. Aloé inauguraron la obra. Sobre una superficie de 53 hectáreas, el proyecto fue elaborado de tal manera que reproduzcan en escala, diversos accidentes geográficos y paisajes naturales. Así cuenta con un lago artificial, túneles para paso de trenes ( recorrían el predio 2 formaciones sobre un total de 5 Kilómetros de rieles), puentes, bosques y amplias praderas. Hay zonas destinadas al cultivo, vivero, campo para la actividad física y 52 sedes para edificios públicos, centros de comunicación, instalaciones fabriles, deportivas, comerciales, educativas y religiosas. Todas ellas en escala para uso de los chicos. Los ambientes se inspiraron en los cuentos de Anderson y Grim y las descripciones de las leyendas narradas por Tensión y Maloray. Las formas arquitectónicas responden a estilos diferentes, como el Palacio de la Señoría, de Florencia; el Banco es la estilización del Palacio de los Dux, de la Plaza de San Marco de Florencia. El Palacio de Cultura es una réplica de la Torre de la Giralda de Sevilla, siendo su patio interno construido con reminiscencias de la Alhambra de Granada. Una fuente recuerda la cúpula del Taj Mahal y el Teatro al aire libre es característico de los antiguos teatros griegos, enmarcado entre dos gigantescos tótems americanos. Acuario, cuartel de bomberos, el complejo Granja, el Fortín, la casa del leñador, microcine, etc. completan la Republica de los Niños, a la que distintas generaciones, y hasta nuestros días siguen visitando con asombro.

EL 17 DE OCTUBRE DE 1945

Por Otto Klappenbach En los barrios proletarios de Berisso y Ensenada de La Plata se inició la jornada del 17 de octubre de 1945. Fueron los obreros de la carne de con sus guardapolvos blancos ensangrentados. Las operarias de los frigoríficos de con sus delantales engrasados. Los petroleros; los empleados de A.T,E. Había mujeres, niños, ancianos. Ellos se enfilaron caminando hacia la plaza de Mayo a pedir la libertad de Juan Domingo Perón. No llevaban armas, ni palos, ni machetes. No los animaba el resentimiento ni el odio. Los protegía sólo la esperanza. Se les plegaron los mecánicos de Chacarita, los hilanderos de Barracas, los peones de los tambos de Cañuelas, los trabajadores de Avellaneda, los textiles de San Martín, los empleados de comercio de la Capital. A aquella multitud que salvaron a Perón de su cautiverio y que al día siguiente paralizaron el país en su homenaje no la movía ningún interés personal solo el agradecimiento ante aquel joven Coronel que había iniciado la era de la justicia social en la Argentina. En libertad de Perón estaba la propia liberación de un pueblo por muchos años oprimido. No querían ser explotados ni por los hombres ni por el Estado. Aquel día cambió la historia argentina y latinoamericana para siempre. Era el inicio de un proceso de equidad y de transformaciones sociales. Era un eco de la “Rerum Novarum”; de las luchas anarquistas; del sindicalismo socialista; de la prédica forjista. Eran los bienaventurados que tenían sed de justicia y querían ser saciados. Era el clamor de un pueblo que expresaba la voz de Dios. Se concentraron en la Plaza de nuestras libertades como lo habían hecho sus antepasados, en Mayo de 1810. Dejó escrito Raúl Scalabrini Ortiz: “Estábamos allí con alegría pero animados de una decisión intergiversable…Solo proclamábamos y vociferábamos el nombre de Perón. Pero sabíamos que atrás de Perón estaba a la Patria. Por allí, alguien, un sencillo magnífico, gritó con voz estentórea: ¡Aquí comienza la rebelión de los pueblos oprimidos! Yo regué con una lágrima viril esas palabras para que no se marchitaran nunca”. Cuando al filo de la medianoche Perón se asomó al balcón de la Casa Rosada recibió, en un bramido inolvidable, lo más limpio y hermoso que puede ambicionar un hombre con vocación política: el amor de su pueblo. En su discurso interpretó que ese movimiento colectivo era el renacimiento de una conciencia de los trabajadores: “que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la patria”. Aquella jornada del 17 de octubre de 1945 sigue gravitando, con renovada vitalidad, en la vida de la Argentina y en el alma de su pueblo.