domingo, 25 de noviembre de 2012
EL 17 DE OCTUBRE DE 1945
Por Otto Klappenbach
En los barrios proletarios de Berisso y Ensenada de La Plata se inició la jornada del 17 de octubre de 1945.
Fueron los obreros de la carne de con sus guardapolvos blancos ensangrentados. Las operarias de los frigoríficos de con sus delantales engrasados. Los petroleros; los empleados de A.T,E. Había mujeres, niños, ancianos. Ellos se enfilaron caminando hacia la plaza de Mayo a pedir la libertad de Juan Domingo Perón.
No llevaban armas, ni palos, ni machetes. No los animaba el resentimiento ni el odio. Los protegía sólo la esperanza.
Se les plegaron los mecánicos de Chacarita, los hilanderos de Barracas, los peones de los tambos de Cañuelas, los trabajadores de Avellaneda, los textiles de San Martín, los empleados de comercio de la Capital.
A aquella multitud que salvaron a Perón de su cautiverio y que al día siguiente paralizaron el país en su homenaje no la movía ningún interés personal solo el agradecimiento ante aquel joven Coronel que había iniciado la era de la justicia social en la Argentina.
En libertad de Perón estaba la propia liberación de un pueblo por muchos años oprimido.
No querían ser explotados ni por los hombres ni por el Estado.
Aquel día cambió la historia argentina y latinoamericana para siempre.
Era el inicio de un proceso de equidad y de transformaciones sociales. Era un eco de la “Rerum Novarum”; de las luchas anarquistas; del sindicalismo socialista; de la prédica forjista.
Eran los bienaventurados que tenían sed de justicia y querían ser saciados.
Era el clamor de un pueblo que expresaba la voz de Dios.
Se concentraron en la Plaza de nuestras libertades como lo habían hecho sus antepasados, en Mayo de 1810.
Dejó escrito Raúl Scalabrini Ortiz:
“Estábamos allí con alegría pero animados de una decisión intergiversable…Solo proclamábamos y vociferábamos el nombre de Perón. Pero sabíamos que atrás de Perón estaba a la Patria.
Por allí, alguien, un sencillo magnífico, gritó con voz estentórea:
¡Aquí comienza la rebelión de los pueblos oprimidos!
Yo regué con una lágrima viril esas palabras para que no se marchitaran nunca”.
Cuando al filo de la medianoche Perón se asomó al balcón de la Casa Rosada recibió, en un bramido inolvidable, lo más limpio y hermoso que puede ambicionar un hombre con vocación política: el amor de su pueblo.
En su discurso interpretó que ese movimiento colectivo era el renacimiento de una conciencia de los trabajadores: “que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la patria”.
Aquella jornada del 17 de octubre de 1945 sigue gravitando, con renovada vitalidad, en la vida de la Argentina y en el alma de su pueblo.
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